¿Qué significa ser humano? Es el año 2045 y las máquinas escriben libros, diseñan estrategias y toman decisiones con una precisión que nadie puede igualar. Y, sin embargo, dentro de este aparente dominio de la perfección técnica la gente sigue buscando algo que las máquinas no saben ofrecer. Hoy iniciamos una serie de reflexiones sobre aquellas cualidades que permanecen fuera del alcance de la automatización. En esta primera entrega, nos sumergimos en esa mezcla inexacta de intuición, historia y emoción que es la empatía y que solo nosotros habitamos.
En 1965, Irving John Good, matemático británico y colaborador de Alan Turing en Bletchley Park, publicó Speculations Concerning the First Ultraintelligent Machine. En este ensayo, introdujo el concepto de "explosión de inteligencia": la idea de que una máquina superior en capacidades intelectuales tendría el potencial de desencadenar un progreso exponencial, relegando la intervención humana.
"Definamos una máquina ultrainteligente como aquella capaz de superar con creces todas las actividades intelectuales de cualquier ser humano, por más brillante que sea. Dado que el diseño de máquinas es una de estas actividades intelectuales, una máquina ultrainteligente podría diseñar máquinas aún mejores; esto daría lugar, sin lugar a dudas, a una 'explosión de inteligencia', y la inteligencia humana quedaría muy rezagada. Así, la primera máquina ultrainteligente sería la última invención que la humanidad necesitaría crear."
Irving John Good
Este planteamiento dejó una marca indeleble en la ciencia ficción al tiempo que transformaba la percepción colectiva sobre el futuro de la inteligencia artificial. Durante la dirección de 2001: Una odisea del espacio en 1968, Stanley Kubrick consultó a Good para imaginar cómo serían las supercomputadoras del futuro. De esas conversaciones nació HAL 9000, una inteligencia artificial que refleja los dilemas que acompañan el desarrollo de máquinas ultrainteligentes cuyo avance tecnológico le permite tomar decisiones con implacable precisión, aunque carece de conciencia ética y emocional.
Para Good, quien había trabajado junto a Alan Turing en la descodificación del código Enigma durante la Segunda Guerra Mundial, esta visión futurista no era una simple especulación teórica. Representaba, más bien, una advertencia: la capacidad de las máquinas para automatizar procesos podría llegar a incluir su propio diseño, desplazando de manera progresiva el rol estratégico y creativo que, hasta entonces, había sido exclusivo del hombre.
Lo más revelador de este texto trasciende la imagen de una inteligencia artificial sin límites, al plantear de manera implícita una pregunta: ¿en qué lugar quedamos las personas cuando las máquinas son capaces de realizar nuestras actividades intelectuales mejor que nosotros mismos?
La reflexión de Good trasciende su contexto histórico y su aparente carácter especulativo, convirtiéndose en una metáfora precisa de nuestra actualidad. Hoy, las máquinas no se limitan a procesar datos o automatizar tareas repetitivas; generan arte, diseñan estrategias y optimizan decisiones a una velocidad que nos desafía a redefinir nuestro propósito en el ámbito laboral y creativo. Y, sin embargo, hay un conjunto de habilidades que, por su propia naturaleza, siguen siendo exclusivamente de las personas: la empatía, la intuición, la ética y la creatividad contextual permanecen fuera del alcance de cualquier algoritmo.
En esta serie de artículos, exploraremos cuáles son esas capacidades insustituibles y cómo pueden integrarse en un futuro compartido con las máquinas. Lejos de tratarse de una competencia o de un temor al avance tecnológico, proponemos construir una relación simbiótica que amplifique lo mejor de ambos mundos.
De philia, simpatía e intersubjetividad
La empatía, tal como la entendemos hoy, hunde sus raíces en la historia del pensamiento. En la Ética a Nicómaco, Aristóteles describió la philia (amistad) como el vínculo esencial que sostiene la vida en comunidad. Más allá del afecto entre amigos, Aristóteles veía en la philia una relación ética que florece entre aquellos que cultivan la virtud y reconocen el bien en el otro. Al expresar que "el amigo es otro yo", enfatizaba cómo esta relación amplía nuestra comprensión de lo que somos, integrándonos en una red de significados compartidos.
Con el paso del tiempo, esta concepción dio lugar a la simpatía, un término desarrollado por David Hume en el siglo XVIII (Tratado de la naturaleza humana). Para él, la simpatía era un mecanismo natural que nos permite resonar con los estados emocionales de los demás, actuando como el cimiento de la moralidad. Adam Smith, contemporáneo de Hume, destacó que al imaginar lo que otros experimentan, generamos compasión y, al mismo tiempo, refinamos nuestra capacidad para juzgar éticamente nuestras acciones (Teoría de los sentimientos morales).
Ya en el siglo XIX, pensadores como Theodor Lipps adaptaron la empatía al ámbito estético y psicológico, explorándola como un fenómeno universal que abarca tanto nuestras interacciones con semejantes, como con el entorno (Estética: psicología de lo bello y del arte), y fundando el término Einfühlung (endopatía, de endo, hacia adentro y pathos, sufrimiento o sentimiento), que inicialmente describía cómo los seres humanos proyectan emociones sobre objetos artísticos
Por terminar este brevísimo recorrido por la historia, en el siglo XX, la fenomenología abordó la empatía como un fenómeno fundamental para la relación entre subjetividades. Edith Stein, discípula de Edmund Husserl, la definió como un acto de apertura que nos permite acceder a la vivencia del otro sin perder de vista su alteridad (Sobre el problema de la empatía). Martin Buber, por su parte, la situó en el centro de su filosofía del diálogo, diferenciando las relaciones auténticas, donde el otro es un "Tú" pleno, de aquellas relaciones objetivadas que reducen al otro a un "Ello" (Yo y Tú).
Desde la philia de Aristóteles hasta la fenomenología, la empatía se ha definido como puente capaz de transformar la coexistencia en verdadera convivencia y convertir la otredad en una forma de reconocimiento. Una capacidad multidimensional que entrelaza lo cognitivo, lo afectivo, lo ético y lo estético.
¿Humano o replicante?
A pesar de los espectaculares avances tecnológicos, hay cualidades que permanecen fuera del alcance de las máquinas. No es una cuestión de límites técnicos ni de insuficiencia de datos. Estas habilidades son el resultado de nuestra experiencia subjetiva, de una biología que siente y responde y de una historia cultural que hemos construido colectivamente. Son estas las que nos enlazan con quienes nos rodean, forjando vínculos que trascienden lo funcional y definiendo nuestra identidad como especie.
En ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela de Philip K. Dick que inspiró Blade Runner, los humanos diferenciaban a los androides mediante el test Voight-Kampff, un examen con un dispositivo capaz de detectar la empatía, definida como la capacidad de captar la vulnerabilidad ajena y responder a ella.
La empatía es la base sobre la que se edifica nuestra convivencia y lo que dota de significado a nuestra ética. Mirar al otro, reconocer su alegría o su dolor, nos recuerda que habitamos un mundo compartido, tejido con la fragilidad de nuestras propias emociones. Sin esta capacidad de resonar con el otro, las comunidades no serían más que conglomerados de intereses dispersos, incapaces de sostener la complejidad de la vida en común.
Aquí, las máquinas alcanzan su frontera más evidente. Aunque la inteligencia artificial ha logrado avances asombrosos en la simulación de respuestas sensibles, estas carecen del sustento que solo la experiencia vivida puede otorgar. Porque la empatía es el resultado de haber transitado por territorios de conmoción, que nos permiten comprender, desde la vulnerabilidad propia, la de los demás.
Pensemos en un instante de crisis: alguien busca consuelo tras una pérdida que ha dejado una herida irreparable. Un sistema podría responder con frases cuidadosamente diseñadas, incluso ajustadas al tono adecuado, pero nunca compartirá el peso del silencio que envuelve a ese momento, ni será capaz de reconocer, en ese dolor. La empatía sigue siendo una de las expresiones más poderosas, pues es parte del tejido que nos une y que trasciende cualquier intento de cuantificación o emulación.
Pero esta capacidad, tan intrínsecamente nuestra es, además, la lente a través de la cual concebimos nuestras herramientas, nuestras estructuras y, en última instancia, el mundo que habitamos. Es aquí donde el acto de diseñar se convierte en un terreno de innovación ética, un espacio donde podemos proyectar nuestra empatía no solo en lo que hacemos, sino en cómo decidimos hacerlo.
Diseñemos desde la empatía
¿Qué ocurre cuando el diseño deja de centrarse únicamente en resolver problemas funcionales y aspira, en cambio, a humanizar aquello que propone?
El diseño trasciende la simple creación de soluciones. Es una búsqueda constante de propósito que redefine su práctica, anclándola en lo humano. En este acto, la imaginación y el compromiso se funden, transformando ideas abstractas en experiencias que conectan a las personas con su entorno y consigo mismas.. Cuando la empatía se coloca en el corazón de este proceso, el diseño se eleva, convirtiéndose en una práctica que prioriza la dignidad y las relaciones por encima de la mera utilidad.
Plataformas diseñadas desde la empatía podrían resignificar el vínculo, trasladándola de un tiempo pasivo frente a una pantalla a un espacio que fomente relaciones más significativas. Por ejemplo, iniciativas como Crisis Text Line, un servicio global de apoyo emocional, utiliza inteligencia artificial para priorizar casos urgentes, pero el contacto con personas se mantiene como el centro de su intervención. Aquí, la tecnología no sustituye el acto de escucha, sino que lo amplifica, facilitando conexiones más rápidas y hondas.
Otro entorno digital que priorizan el bienestar y la introspección es el caso de Headspace, una aplicación de meditación diseñada para guiar sesiones de mindfulness y enseñar a sus usuarios a entender y gestionar sus sensaciones. Herramientas de este tipo trascienden el objetivo inicial de "ofrecer un producto" y se convierten en plataformas que nutren la relación entre los individuos y su propio bienestar.
Al aplicar la empatía, el diseño se orienta hacia la ambigüedad que define nuestras experiencias. No todo puede resolverse con datos ni predecirse mediante algoritmos; los silencios, las pausas y las emociones inexploradas son precisamente los lugares donde se revela nuestra complejidad. Por ejemplo, iniciativas como The Human Library, un proyecto social donde las personas "prestan" sus historias como libros para conversaciones personales, demuestran cómo el diseño de experiencias puede abordar las zonas grises de la interacción, promoviendo empatía y un vínculo mucho más significativos.
¿Qué propone Human·X?
Human·X entiende el diseño como un proceso profundamente ligado a la empatía, donde la tecnología no es un fin, sino un medio para crear experiencias significativas y sostenibles.
La empatía guía cada paso de nuestros procesos, desde identificar las necesidades hasta implementar soluciones que reflejen lo humano. Reconocemos que el uso consciente y eficiente de la tecnología, además de optimizar flujos de trabajo, devuelve tiempo valioso a las personas: un recurso que merece ser usado para fortalecer vínculos, cultivar potenciales y mejorar la convivencia.
Elevando a los arquitectos del cambio
Un ejemplo de esta filosofía es Elevate·X, nuestro programa diseñado para identificar agentes de cambio dentro de las organizaciones. Estas personas, que destacan por su rendimiento y capacidad de influencia, reciben herramientas y experiencias de autoconocimiento que no solo potencian su desempeño, sino que les permiten comprender su papel en el ecosistema organizacional. A través de cursos y contenidos personalizados, buscamos que estos agentes se conviertan en catalizadores del bien común, fomentando un impacto positivo que trasciende lo inmediato.
Rediseñando el tiempo
En el ámbito empresarial, la empatía nos lleva a abordar la automatización desde una perspectiva integral. Sabemos que la gestión del cambio es compleja, especialmente cuando intervienen estructuras sumamente arraigadas. Por ello, en lugar de imponer transformaciones disruptivas, comenzamos optimizando lo existente y proponiendo escaladas tecnológicas graduales. Pero no nos detenemos ahí: guiamos a nuestros clientes para que aprovechen el tiempo optimizado, sugiriendo ideas personalizadas que conectan la eficiencia tecnológica con el bienestar.
Comunidades que cuidan son ecosistemas vivos
La empatía también está en el corazón de nuestras estrategias de contenido y comunicación. Apostamos por comunidades digitales seguras y exclusivas que facilitan la interacción directa entre marcas y personas. En estos espacios, el Community Manager no se convierte en un interlocutor empático que construye relaciones auténticas y fortalece la conexión profunda con la audiencia.
Cada flujo, decisión e interacción nace de una visión centrada en la humanidad y en lo que nos conecta. Las tecnologías, ya sean emergentes o tradicionales, alcanzan su verdadero potencial cuando amplifican lo que nos define como sociedad: nuestra capacidad para vincular, colaborar y cuidar.
En el próximo artículo exploraremos la siguiente cualidad insustituible: la ética. ¡Os esperamos!